No hay que
intentar expresar lo complejo de forma simple. Creo que esto pensaría Don
Rufino José Cuervo Urisarri al momento de iniciar el Diccionario de construcción y régimen de la
lengua castellana, del que sólo llegase a concluir el primer tomo, pero del
cual aún hoy se le enaltece como su único progenitor.
Nacido en
Bogotá el 19 de septiembre de 1844, Rufino José sería a sus 27 años, el primer
gran erudito colombiano de la lengua castellana, además de ser filólogo y
humanista. Gracias a su obra, Cuervo sirvió como referente a muchos literatos
castellanoparlantes, y se ganó el respeto y el reconocimiento de los grandes
intelectuales de la época antes de fallecer el 17 de julio de 1911 en París.
El alemán Friedrich
August Pott, reconocido lingüista de su tiempo, le denominó en latín “El Corvus Albus” haciendo alusión a su
apellido y a lo excepcional de su ser. "El Cuervo Blanco" es hoy por hoy el padre de la
literatura en nuestro país, y por cosas del destino, por cosas de nuestra
malcriada nación, fue a morir lejos de la tierra que lo vio nacer, de la Bogotá
que le inspiró, en la soledad y el olvido a la que están destinados a perecer
los grandes representantes de un país atestado de extravíos y agravios, como los
que hoy cunden la memoria indeleble del más galardonado dramaturgo que ofrendó
Aracataca al mundo: Gabriel García Márquez.
Elogiar a
Gabo sería redundante, como se ha vuelto redundante difamar la obra de quien ya
no está y de quien tanto nos brindó como país. Nuestra idiosincrasia pareciera
estar encarrilada a envidiar lo ajeno y a blasfemar lo etéreo, como si para
estar a la moda se necesitara ir a contra corriente sumido en arengas insulsas
y necias.
Quienes
apedrean el camino laureado del nobel de literatura, desconocen que sólo
existen en el mundo 110 galardonados desde 1901 al 2013, es decir, debe ser una
inhabilidad innata de algunos para aceptar que hacemos parte de un momento
(espacio/tiempo) histórico que muy seguramente no se volverá a repetir en
nuestra magullada sociedad, o que si llegase a ser así, muy pocos viviremos
para disfrutarlo.
Al imaginar la
rabieta de Castro al enterarse de aquella naciente amistad entre García Márquez
y el imperialista de Clinton, recuerdo el famoso Bogotazo, aquel 9 de abril de
1948 cuando en medio de la multitud Fidel vio a un hombre desenfrenado y sin
estribos, desquitando su ira contra una vieja máquina de escribir, y quien con
lágrimas en sus ojos parecía ser un seguidor malogrado de Jorge Eliécer Gaitán,
un joven adolorido por el fallecimiento de su líder, pero dicha aseveración
como la de muchos críticos baratos de hoy, estaba errada, aquel estudiante de
segundo año de derecho lloraba la pérdida de sus escritos en un fugaz incendio
de la posada donde residía. Hoy hacemos aún más nuestro aquel dolor y lloramos su
partida pero celebramos la inmortalidad de su obra.
Mucho se ha
especulado sobre la incidencia política del nobel en los asuntos internos del
régimen cubano, con el animo de opacar su gran legado literario y cultural, un
cumulo de textos que son el resultado de sus primeros 20 años de vida en su
natal Aracataca, de donde nacieron sus historias y desde donde se contó, con
minucia, y palmo a palmo el vivir Caribe.
La obra de
García Márquez la inspiró el sonsonete de un acordeón, la voz inconfundible de
los juglares vallenatos a quienes haría participes de su magno galardón, las
largas horas de 'tertulia' con su abuelo (un excombatiente de la Guerra de los mil días) sirvieron para forjar la imaginación prodigiosa de Gabito, como
cariñosamente le llamaban. La influencia de grandes exponentes de la literatura
mundial como Kafka y su obra La Metamorfosis, le abrieron el apetito literario,
Garcilaso, Quevedo, Góngora, Lope de Vega, San Juan de la Cruz y los llamados
de la generación de 1927 como Pablo Neruda, también marcaron su obra
Macondiana.
Pocas veces,
y como característica para resaltar de Gabo, un escritor logra sumergir al
lector en su historia, llevándolo a caminar de la mano con los personajes de
su narración, bien sea deslumbrándose frente a un témpano de hielo, o recordando
la quimera de Florentino Ariza, y hasta sufriendo el olvido de un gran coronel.
Una obra
inmortal que perdurará en el tiempo como un relato vivo y palpable, pero a su
vez inverosímil y surrealista, como queriéndonos dar cabida a todos, a quienes
nos maravillamos con la descripción minuciosa de los harapos de la cándida
Eréndira, pero de igual forma a quienes prefieren vivir para contarlo.
Ojalá algún
día, aquel deseo desinteresado que expresó García Márquez en 1982 de emprender
la creación de la utopía contraria, una nueva y arrasadora utopía de la vida,
donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea
cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a
cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad
sobre la tierra, deje de ser la alucinación del más noble caudillo que nos
enseñó a vivir y disfrutar su singular Realismo Mágico.
Gracias por tanto Maestro.
Derechos Reservados ® Nicolás Marrugo Silva.