sábado, 19 de abril de 2014

GABO 87.




No hay que intentar expresar lo complejo de forma simple. Creo que esto pensaría Don Rufino José Cuervo Urisarri al momento de iniciar el Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, del que sólo llegase a concluir el primer tomo, pero del cual aún hoy se le enaltece como su único progenitor.

Nacido en Bogotá el 19 de septiembre de 1844, Rufino José sería a sus 27 años, el primer gran erudito colombiano de la lengua castellana, además de ser filólogo y humanista. Gracias a su obra, Cuervo sirvió como referente a muchos literatos castellanoparlantes, y se ganó el respeto y el reconocimiento de los grandes intelectuales de la época antes de fallecer el 17 de julio de 1911 en París.

El alemán Friedrich August Pott, reconocido lingüista de su tiempo, le denominó en latín “El Corvus Albus” haciendo alusión a su apellido y a lo excepcional de su ser. "El Cuervo Blanco" es hoy por hoy el padre de la literatura en nuestro país, y por cosas del destino, por cosas de nuestra malcriada nación, fue a morir lejos de la tierra que lo vio nacer, de la Bogotá que le inspiró, en la soledad y el olvido a la que están destinados a perecer los grandes representantes de un país atestado de extravíos y agravios, como los que hoy cunden la memoria indeleble del más galardonado dramaturgo que ofrendó Aracataca al mundo: Gabriel García Márquez.

Elogiar a Gabo sería redundante, como se ha vuelto redundante difamar la obra de quien ya no está y de quien tanto nos brindó como país. Nuestra idiosincrasia pareciera estar encarrilada a envidiar lo ajeno y a blasfemar lo etéreo, como si para estar a la moda se necesitara ir a contra corriente sumido en arengas insulsas y necias.

Quienes apedrean el camino laureado del nobel de literatura, desconocen que sólo existen en el mundo 110 galardonados desde 1901 al 2013, es decir, debe ser una inhabilidad innata de algunos para aceptar que hacemos parte de un momento (espacio/tiempo) histórico que muy seguramente no se volverá a repetir en nuestra magullada sociedad, o que si llegase a ser así, muy pocos viviremos para disfrutarlo.

Es precisamente (esa) la insoportable levedad del ser, como se titula la gran obra del escritor checoslovaco Milan Kundera, la que mejor definiría a los detractores de García Márquez, ávidos de antagonismo, y huérfanos de validez frente a lo que el mundo entero aclama, pero que desafortunadamente para aquellos es sinónimo de repudio, argumentando a tutiplén lo que escucharon de algún antisocial desadaptado con ínfulas de politólogo, a quien se le ocurrió denigrar la carrera literaria del nobel por su amistad con Fidel Castro, no siendo este el único mandatario amigo de Gabo, quien se jactó de ser en su momento, íntimo amigo de Bill Clinton, expresidente del país a quien su camarada Fidel ha combatido durante toda su existencia.

Al imaginar la rabieta de Castro al enterarse de aquella naciente amistad entre García Márquez y el imperialista de Clinton, recuerdo el famoso Bogotazo, aquel 9 de abril de 1948 cuando en medio de la multitud Fidel vio a un hombre desenfrenado y sin estribos, desquitando su ira contra una vieja máquina de escribir, y quien con lágrimas en sus ojos parecía ser un seguidor malogrado de Jorge Eliécer Gaitán, un joven adolorido por el fallecimiento de su líder, pero dicha aseveración como la de muchos críticos baratos de hoy, estaba errada, aquel estudiante de segundo año de derecho lloraba la pérdida de sus escritos en un fugaz incendio de la posada donde residía. Hoy hacemos aún más nuestro aquel dolor y lloramos su partida pero celebramos la inmortalidad de su obra.

Mucho se ha especulado sobre la incidencia política del nobel en los asuntos internos del régimen cubano, con el animo de opacar su gran legado literario y cultural, un cumulo de textos que son el resultado de sus primeros 20 años de vida en su natal Aracataca, de donde nacieron sus historias y desde donde se contó, con minucia, y palmo a palmo el vivir Caribe.

La obra de García Márquez la inspiró el sonsonete de un acordeón, la voz inconfundible de los juglares vallenatos a quienes haría participes de su magno galardón, las largas horas de 'tertulia' con su abuelo (un excombatiente de la Guerra de los mil días) sirvieron para forjar la imaginación prodigiosa de Gabito, como cariñosamente le llamaban. La influencia de grandes exponentes de la literatura mundial como Kafka y su obra La Metamorfosis, le abrieron el apetito literario, Garcilaso, Quevedo, Góngora, Lope de Vega, San Juan de la Cruz y los llamados de la generación de 1927 como Pablo Neruda, también marcaron su obra Macondiana.

Pocas veces, y como característica para resaltar de Gabo, un escritor logra sumergir al lector en su historia, llevándolo a caminar de la mano con los personajes de su narración, bien sea deslumbrándose frente a un témpano de hielo, o recordando la quimera de Florentino Ariza, y hasta sufriendo el olvido de un gran coronel.

Una obra inmortal que perdurará en el tiempo como un relato vivo y palpable, pero a su vez inverosímil y surrealista, como queriéndonos dar cabida a todos, a quienes nos maravillamos con la descripción minuciosa de los harapos de la cándida Eréndira, pero de igual forma a quienes prefieren vivir para contarlo.

Ojalá algún día, aquel deseo desinteresado que expresó García Márquez en 1982 de emprender la creación de la utopía contraria, una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra, deje de ser la alucinación del más noble caudillo que nos enseñó a vivir y disfrutar su singular Realismo Mágico.

Gracias por tanto Maestro.
Derechos Reservados ® Nicolás Marrugo Silva.