domingo, 28 de marzo de 2010

Crónica de un ateo.


¡Cuando estuve jodido le recordé!
Lo llamé y le insistí hasta más no poder,
Sigiloso y majadero él desatendió mi desdén;
Perpetuando la súplica hasta el amanecer,

Cual vagabundo errante con el cabo en los pies,
Atosigué su puerta una y otra vez,
De día y de noche hasta mi prematura vejez;
Imploré su auxilio primoroso a lo ateo de mi ser,

¡Vaya busque otro pendejo!
¡Aún le recuerdo bien!
Mi herejía impía evidenció tal viles;

¡Dios no existe camarada!
¡Sucumbió ante Luzbel!
Fue mi arenga bonachona la que pisoteó su fe.

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Derechos reservados© Nicolás Marrugo Silva