miércoles, 19 de octubre de 2011

La juventud, mi gran inquietud.


Cuando Jaime Garzón en 1991 soñaba con hacer de Colombia un país justo, libre y más feliz sin importar a quien le cayera el guante (como algunos otros idealistas de buen corazón en nuestra tierra), yo desconocía su realidad (la de Colombia), su sufrimiento y claro está, su trágica historia.

Era para mi casi irrisorio pretender levantar la voz y decir “no más”, eran los años del pleno apogeo de una asamblea constituyente que buscaba reivindicarse con todo un pueblo en “Pro” de un bienestar que hasta el sol de hoy nunca llegaría.

La juventud empezaba a despertar de un letargo pueril, su voz retumbaba en los pasillos de la casa de Nariño y en los oídos de los demagogos de turno, pero muy a pesar de no ser reconocidos legítimamente como una fuerza significativa y mayoritaria, los estudiantes se hicieron sentir, los jóvenes decidieron formar parte activa en el rumbo que ‘nuestros’ dirigentes debían darle al Estado y fue así como a través de marchas, reuniones y mucha paciencia consiguieron su objetivo (la séptima papeleta), ser reconocidos y por primera vez en la historia de nuestra democracia respetados como gestores de un pacto social.


Hoy años más tarde después de dicha osadía, me duele la patria, despierta en mi tanta curiosidad conocer los porqués, ¿por qué la guerrilla?, ¿por qué el terrorismo?, ¿por qué el secuestro?, ¿por qué la violencia?; ¿por qué Colombia?.

Bien sabido es que durante las últimas décadas los colombianos hemos librado batallas infinitas contra dichos flagelos. Tácitos intentos por educar a la niñez para no corregir una sociedad absurda, esperando por el contrario que sean los altruistas del futuro, anhelando entregar a generaciones venideras un país digno de un ser humano, un lugar donde los derechos de los individuos prevalezcan frente a las instituciones corruptas y ante los pocos burgueses que manejan el conglomerado a su acomodo. 


El mundo está cambiando, los jóvenes somos actores estelares y tenemos un rol casi inédito que desempeñar en nuestra sociedad (sin importar cual sea), los milagros son cosa de santos y de la fe, la realidad de un pueblo se construye sobre bases de igualdad y respeto, un gobierno que desconoce el sufrimiento de su gente, la miseria del pobre, la discriminación de clases, los altos índices de desempleo y el gran porcentaje que señala la falta de escolaridad es simplemente un régimen obsoleto, anárquico y cruel.

La respuesta a todo esto es muy simple, un pueblo ignorante, sin esperanza ni voluntad es más fácil de gobernar, a ‘nuestros representantes’ les conviene no educar, les interesa someter, marginar y al final del día lavarse las manos como Pilato. En las sociedades ‘modernas’ se está creando conciencia entorno a dicha problemática, sólo se invierte tiempo y energías por que dinero no hay (créase o no), o mejor dicho, solo unos pocos capitalistas lo poseen.

El conocimiento es poder, compartirlo es un don, pero negarlo es un pecado capital (aunque no lo digan así los dogmas), ha llegado el momento de imitar las verdaderas ideas que occidente en especial algunos países de Europa y Norte América nos brindan, no sólo la maravillosa idea de usar los pantalones un poco más arriba de las rodillas, o las de cantar como ellos sin que nadie entienda nada, o bailar como ellos pero no al son de un acordeón sino de unas calderetas armonizadas por una voz más grave que nuestro sistema educativo. No, a esas ideas no quise hacer alusión, me refiero a su búsqueda por la justicia social (sin violencia claro está), al papel que los jóvenes han decidido liderar y los movimientos que hoy por hoy hacen eco en las sociedades tercermundistas y excluidas del mundo.

Revolución es sinónimo de levantamiento y nuestro pueblo hace muchos años se hastió de ver sangre derramada innecesariamente, de ver cada noche en la televisión a una madre enterrar a su hijo, a un hijo suplicar que liberen a su padre, estamos cansados de ver como la politiquería se aprovecha de la ilusión de aquellos que no tienen voz, ni voto, ni educación, ni alimentación, ni recreación; ni nada.

El cambio está en ti y en mí, en nosotros los jóvenes del mundo, por quienes nuestros padres entregaron y sacrificaron todo para educarnos, no dejemos que nos arrebaten el único tesoro que hemos recibido de ellos (además de su amor eterno), la capacidad de ser libres y decidir nuestro destino, basados en la moral y las buenas costumbres. No debemos sentarnos a esperar que alguien haga algo por nosotros, somos herederos de una tragedia y estoy plenamente convencido que no es esta la Colombia que deseamos dejar en manos de nuestros hijos.

"Sean capaces siempre de sentir, en lo más hondo, cualquier injusticia realizada contra cualquiera, en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda del revolucionario." (ECG).


Derechos reservados© Nicolás Marrugo Silva