De que sirve conocer unos numeritos estéticamente ubicados, con colores referentes, sobre barras alusivas, jerarquizados por el tono de la sangre, convidando a indefinirse, confundiendo el camino, ocultando la realidad, maquillando las tristezas, reflejando las necias intensiones de los poderosos, despreciando la certeza, encubriendo ilícitos, congratulando asesinos, maniatando a los pobres, desviando investigaciones, incumpliendo promesas, rompiendo sueños, desangrando un país; embaucándonos a todos.
¿Para qué sirven las encuestas? - Churchill alguna vez dijo: “Las encuestas son como los trajes de baño femeninos. Es interesante lo que descubren, pero aún más interesante es lo que ocultan”.
Es precisamente ‘lo que ocultan’, lo que nos interesa, lo que nunca conocemos, lo que se pierde en la memoria, la voz en el vacío, el clamor de los menos favorecidos, los testimonios vivos de la muerte, las atrocidades no manifiestas, las maquinarias diabólicas detrás de cada exterminio, las incontables victimas del conflicto, las madres que lloran a sus hijos, los padres enlutados, los niños huérfanos, los jóvenes mutilados, las viudas relegadas; la Colombia indiferente.
Las estadísticas arrojan flores a los cuatro vientos, las horas por su parte, impelan finados, cercenan esperanzas, culminan intentos, develan desiertos, apagan la llama, fomentan el desconsuelo, incrementan el odio, eligen la venganza, divagan enmudecidas, caminan solitarias; se resignan a olvidar.
La balanza siempre se inclinará a favor del patrón hasta el día en que las cadenas de la ignorancia sean rotas por vientos libertarios disfrazados de educación, igualdad y respeto. El bicentenario conmemora doscientos años de inoperancia de la ley, de fachadas malolientes, de alianzas sucias, de sicarios de cuello blanco travestidos, de próceres lapidados, idealistas ejecutados, lideres masacrados; de héroes convertidos en villanos.
Mi estadística se ha fortalecido en los últimos diez años, desde que tomé conciencia de lo anhelado, desde que empecé a transitar lo intransitable, a explorar lo ‘selecto’ para unos pocos, a mirar lo sencillo, a olfatear lo inexacto, a escuchar lo real y vivido, a recibir sin oposición, las cifras del ciudadano común y corriente; el recuento veraz.
El promedio indica, contrario a lo público, a lo expreso por las altas esferas del poder, a lo sabido, a lo que nos concierne; que algo está mal. Nada parece haber cambiado, continuamos estáticos en el tiempo, inertes frente a lo cotidiano, rehaceos de ejercer nuestros derechos, apaciguados por las falacias, venerando la ignominia, doblegados por voluntad propia; alentando el desasosiego.
El contrapeso necesario para balancear la inequidad horrenda que habita nuestra patria, es la quimera Macondiana que no admite maravillas en el aire, sino por el contrario, la única y franca aseveración, que Núñez describiría en una oda inmortal; como el pueblo hambriento que lucha, a orillas de la mar.
¡Ay Colombia! ¿por qué no aprendes?
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Derechos reservados© Nicolás Marrugo Silva
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