En el mundo existen aproximadamente 60 millones de personas desplazadas provenientes de todos los continentes, según datan las últimas estadísticas publicadas por Las Naciones Unidas; uno de cada 10 refugiados es recibido en Canadá y, en su gran mayoría, son reubicados en la Provincia de Ontario, más exactamente en Toronto, ciudad que hoy por hoy es considerada la más cosmopolita del mundo, por encima, inclusive, de Nueva York, es decir, es el lugar donde un mayor número de culturas convergen.
En ese orden de ideas y,
conociendo el gran compromiso social que tiene Canadá, el cual se ve reflejado en
una gran cantidad de programas patrocinados por el gobierno nacional, me atrevo
a decir que dicho modelo de inclusión y apoyo a nacionales e inmigrantes es,
sin lugar a dudas, uno de los más eficaces del mundo.
Tener la oportunidad de estudiar
becado en unos de los más prestigiosos College
de Canadá, no sólo me abrió los ojos, sino también la mente. En la facultad de Trabajo
Comunitario de George Brown College tuve
la maravillosa experiencia de conocer a fondo, muchos de los programas que el
país ha puesto en marcha para combatir el desplazamiento forzado de miles de
millones de personas provenientes de todos los rincones de la tierra, en aras de dignificar la vida y las condiciones en las que dichos desplazados viven,
iniciativas que sin el empeño y la dedicación de los Trabajadores Comunitarios
serían sólo letra muerta.
Durante una de mis prácticas
profesionales en una de las agencias más importantes del país (Access Alliance)
pude experimentar de primera mano el drama de muchas familias desplazadas por
la violencia y los conflictos internos de sus países de origen, a través de
programas de Asentamiento, Participación, Salud y, Educación, entre otros, tuve
el privilegio de fortalecer y motivar, a muchos de esos desplazados que algún
día lo perdieron todo por culpa de la guerra o de un tirano estúpido.
Aprendí en esa maravillosa
experiencia que el peor mal que aqueja a la humanidad es la indiferencia, la
incapacidad de sentir el dolor y la angustia de los demás y, para sorpresa mía,
quien estaba allí para brindar apoyo y tender una mano, resultó siendo el mayor
beneficiado, y digo esto porque comprendí que el trabajo y la justicia social son
la base del desarrollo sostenible de cualquier sociedad, incluso por encima del
desarrollo económico, claro está, lo segundo dependerá de lo primero, pero es primordial brindar las herramientas necesarias a los individuos para que
lo segundo se materialice, y eso es precisamente lo que ha hecho Canadá, no
sólo dar a comer pescado sino también enseñar a pescarlo.
En el tiempo que duré en la
facultad de Trabajo Comunitario del George Brown College de Toronto, conocí que
dicho programa es, para sorpresa de muchos, el mejor programa de trabajo
comunitario del mundo, y debe ser así porque teniendo en cuenta los datos
anteriormente citados, la gran problemática que ha suscitado el desplazamiento
forzoso de miles de personas a Toronto, ha desarrollado la naturaleza de dicho
programa, manteniéndolo vigente y en un constante reinventar, todo esto claro
está, con el ánimo de servir mejor a quienes más lo necesitan.
Mirar el rostro de la desdicha,
de la incertidumbre, de la soledad y el desespero, me recordó que no hay
felicidad más grande que tener un lugar donde compartir con tus seres queridos
cada día. En ese embate cultural me topé frente a frente con personas
desmoralizadas, seres a quienes el gobierno de su país decidió condenar a la
ignorancia y a la pobreza, pero sobre todo a la ignominia.
Hoy veo la situación de miles de
ciudadanos colombianos que son desplazados por el gobierno venezolano -aquel
que los albergó cuando salieron como aquellos a quienes tuve el privilegio de
conocer y trabajar hombro a hombro en Toronto, huyendo de la tierra que los vio
nacer- Hoy ese monstruo destruye sus hogares al mejor estilo del gobierno de
Israel, aunque a plena luz del día, el modus operandi es el mismo, una gran máquina
que, en presencia de los moradores, destruye en un santiamén, lo que con tanto
esfuerzo y trabajo han conseguido los habitantes palestinos de dichos
asentamientos en la Franja de Gaza, desmoralizando así al ser y esparciendo la
semilla del odio por doquier.
Y es que no puedo ser indiferente
al dolor de mis compatriotas, pero tampoco seré cómplice silencioso y pensar
que, aquellos quienes son hoy desplazados, llegaron allí hace 10 años porque
allí querían estar, no, ellos, los desplazados hoy por orden del totalitarista
inepto de Nicolás Maduro, llegaron a Venezuela, en su gran mayoría, huyendo de
los Paramilitares y las FARC, son aunque nos duela, víctimas de un Estado
colombiano cómplice, inmoral y corrupto, pero por encima de todo, asesino.
La crisis humanitaria que hoy
viven cientos de familias colombianas en la frontera con Venezuela es un recorderis
que la humanidad no suprime la barbarie, la perfecciona, y es precisamente ese
el mal que más nos aqueja, la falta de humanidad, de sentido de solidaridad, de
entender que el dolor de una familia que lo perdió todo cuando grupos armados
al margen de la ley llegaron a mitad de la noche a pueblos enteros, asesinando
hombres y violando mujeres en frente de sus hijos, no nos puede ser
indiferente, no podemos seguir pretendiendo que aquí no pasa nada, no se puede
señalar al vecino cuando nuestro propio gobierno, cómplice e inhumano ha
desangrado nuestra gente.
Miles de indígenas y campesinos resisten
y dan la batalla con gran dignidad frente a las injusticias de los gobiernos de
turno, cada día, el ESMAD en representación del Estado, desplaza a familias
enteras en una seguidilla sangrienta que data desde tiempos de las cruzadas,
cuando los hombres descubrieron que el poder estaba en la tierra y obtenerla sería
entonces la máxima a seguir.
Desde hace casi sesenta años
Colombia ha estado sumida en una guerra que al parecer no tiene fin, guerra que
muchos de ustedes ya conocen y sabrán los orígenes de ella, lo que al parecer
no conocemos es que siempre se derrama la sangre de un colombiano, llámese
Jorge Eliecer Gaitán, Carlos Pizarro, Pablo Escobar o Jaime Garzón, dicha
guerra, dichas muertes, hoy yacen en el olvido, y las hemos olvidado simple y
sencillamente porque no son nuestras, porque la violencia si no nos toca no nos
duele, es triste pero es así, nos hemos acostumbrado tanto a la muerte que ver
a unas familias desplazadas nos moverá el corazón por unos cuantos días, nos
indignaremos mientras llega el próximo puente festivo y después de eso sucederá
lo mismo que siempre sucede: una nueva tragedia nos conmoverá y así ha de
seguir el circulo vicioso de esta sociedad indiferente por naturaleza.
Ojalá algún día aprendamos de los
mal llamados “países del primer mundo” lo que de verdad se ha de aprender,
copiar los modelos que se enfocan en dignificar al ser y no denigrar y
desmoralizar como hasta ahora nuestro sistema en cabeza de un Estado cómplice y
asesino ha hecho. El reto de una sociedad como la colombiana no está en que
podamos acceder al programa de subsidios de Familias en Acción, sino que ese
gobierno que sabe que un pueblo ignorante, enfermo y desmoralizado es más fácil
de gobernar, sea, por cuenta nuestra, vetado, así y sólo así, podremos
construir los cimientos de una nación prospera, educada y con justicia social
para todos.
Derechos Reservados © Nicolás Marrugo Silva.
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