Colombia necesita un mártir. Un extremista que se acerque a él, lo abrace y lo haga volar en mil pedazos. -Pensé.
El Domingo 20 de Junio del año 2010 -después de haber sufrido la que fuera mi primera “gran” derrota política- tomé la decisión de renunciar a mi Ciudadanía Colombiana, estaba devastado moralmente, veía esfumar frente a mí, la posibilidad de tener a un presidente honesto, preparado -pero sobretodo- a un ciudadano convencido que la vida es sagrada y que con educación todo se puede.
Desde Toronto, Canadá promoví y lideré la campaña del Partido Verde y por ende la candidatura de Antanas Mockus: matemático y filósofo a quien alrededor del mundo se le reconoce como una de las mentes más brillantes de nuestro tiempo, pero como nadie es profeta en su tierra -nosotros, los Colombianos- nos negamos la posibilidad de crear con él las bases sobre las cuales se podía construir un país menos peor.
Aquella tarde de domingo recuerdo el júbilo del Partido de La U; aseguraba con su victoria la continuidad de La Seguridad Democrática y, establecía claramente, quién controlaba el poder político en Colombia; una vez más miles de Colombianos nos quedábamos con el sin sabor de la derrota -pero peor aún- nos embargaba el desconcierto, la desazón y la ira, muchos no entendíamos porqué seguíamos negándonos la oportunidad de tener una patria menos boba.
Mi padre, algunas veces liberal, otras no muy conservador, me contó historias acerca de Luis Carlos Galán Sarmiento, hablaba de él con tanta admiración que parecía lo conocía muy bien, su rostro se iluminaba cuando me decía frases como: “Qué carisma tenía ese tipo Papi”, “Ese tipo sí hubiera podido cambiar a Colombia de verdad”, nuestras charlas sobre aquel prócer desafortunadamente siempre concluían con una frase así: “Ojalá hubieras visto tú cómo lloraba la gente cuando mataron a Galán” y remataba diciendo: “Esa vaina a mí sí me dolió Papi”.
Nunca entendí porqué en mi país lloraban por la muerte de un político, era entendible ver a la familia del difundo acongojada pero hasta ahí; los adjetivos que siempre escuché para referirse a ellos -los dirigentes- iban desde trampero, trolero, pasando por corrupto hasta ladrón, resultaba entonces casi que un chiste pensar en sentir desconsuelo por alguien de tan infame calaña.
Fue sólo hasta el 13 de Agosto de 1999 cuando entendí las palabras de mi padre; padecí lo que miles de compatriotas padecieron el día que asesinaron a Galán, a mis 19 años comprendí las historias que -con fervor y siempre con un final taciturno- me contó mi progenitor; aquel viernes 13 marcó mi vida, lo recordaré no sólo porque fue la primera vez que renegué por ser Colombiano, si no porque además mataron junto a Jaime Garzón, mis esperanzas de ver los frutos de un proceso de Paz con la guerrilla de las FARC-EP.
Curiosamente el asesinato de Garzón fortaleció mi pasión y por ende la búsqueda del bien común, la justicia social y quise como él, convertirme más que en un activista, en abogado para ser la voz de los más vulnerables, de los de ruana, de los de a pie; nunca terminé mis estudios de Derecho, pero siempre he llevado bien en alto las banderas que Jaime promovió, sobretodo, la de construir paz desde la educación, empoderando al individuo para que sea él, el artífice del cambio que desea para su sociedad, para que desde su metro cuadrado edifique la inclusión, la responsabilidad civil y ejerza -con perseverancia- sus Deberes y Derechos como ciudadano.
El pasado 2 de Octubre de 2016 fue el “Baby Shower” de quien será mi primogénita, estaba feliz pero a su vez muy ansioso, el domingo sería una fecha especial e importante, no sólo para mí si no para 48 millones de Colombianos dentro y fuera del país, traté de irme a dormir pero fue imposible, desperté cerca de las 4 de la madrugada y empecé a escribir, a eso de las 6 de la mañana había publicado un texto en honor a la Paz -jamás imaginé que horas después estaría deseándole la muerte a alguien- para mí era casi utópico pensar que los Colombianos cerrarían la puerta y dijeran al unísono -como leí en varias redes sociales- “Este Lote ni se vende, ni se entrega”; debo admitir que busqué el significado de la palabra “lote” en el diccionario, tratando de encontrar una explicación a la que a mi parecer era una burda comparación, creía que los partidarios del NO, una vez más estaban utilizando arengas relativas al Ubérrimo o al líder del hoy llamado Centro Democrático, pero estaba equivocado, según mi búsqueda, un lote es “Cada una de las parcelas en que se divide un terreno destinado a la edificación”, es decir, mi apreciación no estaba tan descabellada como pensaba.
El presupuesto anual de Colombia es casi 210 billones de pesos, del cual 30 billones son destinados a “defensa y conflicto armado”, es decir, casi el 18%, por otra parte dice sobre el papel que para la “educación” se destinan otros 30 billones de pesos, cifras que no se ven reflejadas en la calidad de las instituciones educativas alrededor del país, en ese orden de ideas, el “lote” del cual hablan algunos promotores del NO, no se está edificando; en el “lote” no hay un servicio de salud digno para gran parte de los Colombianos, al “lote” le sigue haciendo falta viviendas dignas para las comunidades más vulnerables, en el “lote” seguimos reeligiendo a los mismos corruptos que se roban el erario público, en el “lote” nos indignamos por una tragedia un par de días y luego en el siguiente puente festivo se nos olvida, a algunos habitantes del “lote” no parece importarles que en otras “parcelas” continúen sus vecinos viviendo bajo la zozobra y la incertidumbre; la verdad para mí Colombia siempre ha sido más que un paupérrimo lote; pero el domingo ante la negativa de no poder darle a mi hija el regalo del “SI” y, en la efervescencia del fracaso, desde lo más recóndito de mis entrañas anhelé que de una vez y para siempre, pasara algo que lo borrara de pronto, una luz cegadora, un disparo de nieve, para no verlo tanto, para no verlo siempre, en todos los segundos; en todas las visiones.
Me dolió tanto aquella noticia que, al llegar a casa lloré de rabia, de frustración, llamé a mi esposa y le dije: “No quiero que mi hija herede un país así, mi hija no se merece esto, no quiero que sea ciudadana Colombiana”, era tanta mi ira que preferí no comentar nada esa noche; he pensando una y otra vez y he llegado a la conclusión que muy a pesar de las diferencias políticas y los pensamientos radicales, el Colombiano ha sido, es y será un ser resiliente por naturaleza, y yo, que pude reponerme al triste final de las historias de Galán, al asesinato de Garzón, a la derrota de Mockus y, al triunfo de un ideal opuesto al mío, estoy seguro que seguiré luchando desde mi trinchera para educar a mis estudiantes, para construir país desde cualquiera que sea la plataforma que esté a mi alcance, no claudicaré hasta ver a mi país como merece estar, porque soy un fiel convencido que a quien no sabe, se le enseña, que la paciencia vence, lo que la dicha no alcanza; aunque a orillas del Caribe -hambriento- un Pueblo aún continúe su lucha.
P.D. Nunca renuncié a mi Ciudadanía Colombiana y mi hija tendrá la doble nacionalidad.
Derechos Reservados ® Nicolás Marrugo Silva